jueves, 14 de enero de 2010

QUEDA UN POCO DE ESPERANZA Y EL INEVITABLE OLOR A MUERTE...


DRAMÁTICA NARRACCIÓN DE UN TERREMOTO
Javier Valdivia - 1/14/2010

EN VEINTE SEGUNDOS LA TIERRA TEMBLÓ COMO NUNCA, UNA MUJER CLAMABA QUE SE DETUVIERA

Auxilio. Muchos se aglomeraron y pidieron auxilio para los que quedaron bajo las piedras tras colapsar decenas de edificios en Haití del poderoso terremoto del martes.

Puerto Príncipe, Haití.- La tierra no tiembla en el Caribe. No con frecuencia. En Puerto Príncipe dicen que hace cincuenta años pasó pero la gente que este último martes volvía del trabajo, los niños que regresaban a casa de la escuela, no tuvieron tiempo para recordarlo. En veinte segundos la tierra tembló como nunca. Detrás llegaba la muerte.
A las 4:45 de la tarde, Petion Ville, en la parte alta de la capital, es un hervidero. En la calle Lambert un grupo de personas hace fila para comprar comida mientras otros esperan el transporte o simplemente caminan. El cielo claro hace suponer que es un día como cualquier otro y que nada, ni siquiera el tapón un poco a deshora, está fuera de lugar.

Pero en un instante todo es confusión. Los que compraban la comida se dispersan espantados buscando espacio en la calle que una fila interminable de vehículos ocupa hace veinte minutos en la maraña habitual de las calles de Puerto Príncipe. Muchos recién caen en cuenta: la superficie inerte es ahora un péndulo estremecedor que no se detiene y que llena de miedo a todos los que deben soportarlo.

La gente corre de un sitio a otro, desesperada: Se ve en la cara de un padre que busca a sus hijos; llora; en la mirada aterrada de una anciana que no sabe qué hacer; en la plegaria indescifrable de una mujer que pide que la tierra se detenga.

Pero no ocurre. Sólo se calma un momento para volver a sacudirse con mayor intensidad que antes, hasta que por fin el terremoto para y todo se vuelve silencio.
Eso es lo que parece. Un murmullo lejano crece y empieza a ocupar cada espacio de la calle hasta convertirse en un lamento colectivo que se extiende por toda la ciudad, ahora convertida en un manto de polvo.

Auxilio
En la calle Lambert con Panamericana, una de las principales de la capital haitiana, la destrucción parcial de la iglesia Santa Teresa es apenas un indicio del daño que el sismo ha provocado. Muchos se aglomeran cerca del templo y piden auxilio para los que quedaron bajo las piedras.
Los vehículos atascados en el tapón anterior aceleran y tocan sus bocinas abriéndose paso entre una multitud desesperada mientras del Sur, en la misma Panamericana, cientos de personas avanzan con los primeros heridos: en brazos, en autos, en carretillas: amasijos de polvo y sangre que apenas respiran.

Han pasado sólo diez minutos desde el primer movimiento. Muchos apuran el paso hacia los barrios marginales que abundan incluso en este sector de clase alta y media. A cada cuadra la evidencia de la destrucción es mayor: un hospital con 150 niños se ha derrumbado; ya se sabe que el Palacio Nacional y la catedral están en el suelo; parte de la Embajada Dominicana ha sufrido daños; cientos de personas están sepultadas.
Más adelante, en el jardín de infancia Margarita, un grupo de niños llora al lado de un compañero que no pudo salvarse: No pasaba de 4 años. Allí mismo, su padre pide ayuda pero nada se puede hacer. No hay hospitales suficientes para tanta gente; no hay ambulancias para trasladar a los heridos; no hay policías para evitar los saqueos que ya se han producido en algunas estaciones de gasolina.

Desde Delmas, un barrio cercano a Petion Ville, se ve también la magnitud de la tragedia. La gente sin dinero construye sus viviendas en las laderas: casas de ladrillo que son apilados uno encima del otro. Setenta por ciento de la población haitiana vive en condiciones de miseria y precisamente en estos lugares. En estos casos los pobres son los que más mueren.
Pero un terremoto no distingue ni clase ni nacionalidad. Kilómetros más abajo, en la Panamericana, un hombre dice que el hotel Montana, un emblemático lugar de hospedaje, se ha venido abajo. Es cierto; una casa destruida impide el paso lo que obliga a todos a abrirse camino entre matorrales. La vista es pasmosa: heridos graves tirados en el suelo. Como un castillo de naipes el Montana se derrumbó y no se sabe cuánta gente quedó entre los escombros. Y una escena desgarradora: Un anciano pide auxilio en inglés; su esposa está viva, pero quedó atrapada. Oscurece.

Han pasado ya tres horas de la tragedia. Uno de los pocos lugares que quedaron en pie es el hotel Ville Creole, también en Petion Ville. Allí se han concentrado los pocos huéspedes que pudieron llegar y extranjeros de otros hoteles. También hay haitianos.

Las réplicas se suceden cada cierto tiempo; unas más fuertes que otras.
No hay luz, ni agua, ni teléfono. La dueña del Ville Creole, Melissa Patburg, ha llegado para organizar al personal. Ya se conoce que el sismo fue de 7.3 grados: un hombre con un celular con TV incorporada lo ve en CNN en inglés. Pero la cadena no habla todavía de muertos o heridos. Estos últimos son los que han estado llegando al hotel desde los barrios cercanos.

Uno llegó fallecido; otra murió aquí y su cuerpo fue puesto al lado del lobby. Hay un niño con fractura que no deja de llorar. Patburg ha hecho todo lo que puede, igual que un grupo de médicos que atienden a todo el que llega mientras Dennis Steiner, ejecutivo mánager del hotel, ha distribuido lo que pudo salvar para comer: pan, agua, queso y algo de fruta.
POCOS DURMIERON ESA MADRUGADA
Todo está racionado porque no se sabe cuánto tiempo durará hasta que llegue la ayuda.
A las 2:00 de la mañana del miércoles 14 pocos son los que duermen del medio centenar en Ville Creole, que siguen aumentando.El cielo se ha despejado unos minutos y deja ver en su esplendor a todas las constelaciones. De lejos se oye cada cierto tiempo el clamor de miles de haitianos que viven en los barrios pobres, y las primeras sirenas.Ahora que amanece la tierra sigue temblando, aunque ya no como antes. Queda un poco de esperanza entre los que se salvaron. Y ese inevitable olor a muerte.

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