miércoles, 24 de febrero de 2010

LULA Y EL ABRAZO DE LA MUERTE.....

"Zona Franca"

Gina Montaner Miami
Actualizado miércoles 24/02/2010 11:20 horas

Este martes las constelaciones se alinearon y el destino de un puñado de hombres se unió al de un disidente cubano.
En torno al mediodía el prisionero de conciencia Orlando Zapata Tamayo agonizaba en un camastro del hospital Hermanos Ameijeiras, mientras que en Cancún concluía otra cumbre de jefes de estado latinoamericanos más ocupados en trifulcas de barrio que en condenar al gobernante Raúl Castro por la sistemática violación de los derechos humanos en Cuba.
Al filo de la una de la tarde, Zapata Tamayo se despedía para siempre después de 86 días en huelga de hambre en protesta por las continuas golpizas que le propinaban en la prisión Kilo 7, en Camagüey. Aproximadamente a esa hora el mandatario brasileño, Lula da Silva, volaba rumbo a La Habana, indiferente a las peticiones de solidaridad con este preso político. No quería despedirse de la presidencia sin antes darle un caluroso abrazo a Fidel Castro, su mentor en los años de su revoltosa juventud.
Cuando Lula aterrizó en el aeropuerto Internacional José Martí seguramente no supo descifrar el significado de una humedad más filosa de lo habitual. Para entonces Orlando Zapata Tamayo yacía inerte entre sus cancerberos y su madre le anunciaba al mundo "la muerte de mi hijo ha sido un asesinato premeditado". Eran las sentidas palabras de doña Reina Luisa en el instante último de su ser más querido, y las pregonó a quien quisiera escucharla porque ya no tenía nada que perder.

Era la una cuando Orlando Zapata Tamayo sintió que el dolor de su encierro se aligeraba y que el hospital, como en el poema de otro preso político, Miguel Hernández, no era nada más que un mar de algodones y azucenas. En el tránsito de la vida a la muerte unos políticos intrascendentes brindaban con champán la firma de acuerdos baldíos. Justo en ese segundo, Reina Luisa no pudo apretar con fuerza la mano de su muchacho, tan huérfano y desabrigado rodeado de custodios. Ya era la una de la tarde y Lula no presentía que el cielo negro de La Habana era un manto de luto.

En 2003 él y otros 74 opositores creyeron que en Cuba renacía la primavera desde el arrojo de proclamas escritas en viejas máquinas de escribir.
En una ocasión el director de cine Milos Forman definió la trayectoria de Vaclav Havel como una valiosa pieza de orfebrería. Forman, que también sufrió en carne propia el azote del comunismo en la Checoslovaquia ocupada, reconocía de este modo el valor incalculable del individuo que está dispuesto a inmolarse en contra de las dictaduras. Havel sobrevivió a la ignominia del presidio político y pudo celebrar el triunfo moral de su revolución de terciopelo.

Orlando Tamayo Zapata, en cambio, no vio la luz al final de la galera. En 2003 él y otros 74 opositores creyeron que en Cuba renacía la primavera desde el arrojo de proclamas escritas en viejas máquinas de escribir. Como castigo a las alas de su atrevimiento, recibieron condenas draconianas que todavía hoy cumple la mayoría en cárceles que nunca se han dignado a visitar ni Lula ni los actores del sainete organizado en un balneario mexicano.
Pero hay hombres empecinados que se niegan a estancarse en un invierno perpetuo.
Pero hay hombres empecinados que se niegan a estancarse en un invierno perpetuo y hasta en la primavera más negra sacan fuerzas para echarle un pulso a sus verdugos. Así debió ser el hijo de doña Reina Luisa, de origen tan humilde como el autor de "Para la libertad". Orlando Zapata Tamayo, cuyo oficio era el de albañil aunque su verdadera vocación era la de demócrata hasta la muerte. Otra joya rara y preciosa pisoteada ahí, donde el polvo está encerrado. A la una de la tarde toda Cuba fue un eclipse en su estertor.

La voz de Reina Luisa se quiebra, pero en los vídeos que hemos visto de ella aparece la mujer aguerrida dispuesta a luchar hasta el final por un hijo injustamente encarcelado. Eso era antes de que Orlando Zapato Tamayo fuese un despojo que sus guardianes dejaron morir lentamente. Pasado el mediodía de este martes que no podemos olvidar, el preso comprendió que nunca había dejado de ser libre y se despidió con la pena de no haber besado a su madre. Los relojes se durmieron en esa hora de nadie en la que Cancún era una fiesta y Lula no sintió el roce de un alma en pena.

Hay días que amanecen con las estrellas encontradas y los destinos cruzados. A media mañana del 23 de febrero, Lula da Silva anticipaba el feliz encuentro con el viejo dictador. A esa hora Orlando Zapata Tamayo sintió más corazones que arenas en su pecho. Le había llegado su primavera.

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