viernes, 11 de febrero de 2011

BARACK OBAMA: "LOS EGIPCIOS HAN CAMBIADO EL MUNDO"...

El presidente de Estados Unidos pide a los militares elecciones libres y una verdadera democracia
ANTONIO CAÑO
Washington 11/02/2011
Con poderosas palabras de elogio a la revolución egipcia como "un triunfo de la dignidad humana", Barack Obama saludó ayer ese movimiento y lo puso como ejemplo, para Oriente Próximo y para todo el mundo, de lo que un pueblo es capaz de conseguir no por la violencia, sino "por la fuerza moral". Ahora, dijo el presidente de Estados Unidos, es preciso que el Ejército conduzca "una transición creíble" que concluya en "elecciones libres y justas" y "en una verdadera democracia".
Obama mencionó algunas de las tareas que los militares egipcios, ahora con el control del país, tienen que hacer para satisfacer las aspiraciones del pueblo. Entre otras, "preservar la unidad" de la nación y "poner sobre la mesa de negociación todas las voces" de oposición que se han escuchado en estos últimos días.
Días hay por delante en los que la Administración norteamericana irá concretando estas condiciones y moldeando las características de la transición. Estados Unidos ha sido durante tres décadas un estrecho aliado de Egipto y, tal como dijo Obama, "pretende seguir siendo un aliado en el futuro". "Egipto tendrá que tener una posición responsable en el mundo", en alusión a sus relaciones con Israel, y tendrá que "ofrecer oportunidades a su población", en referencia a la necesidad de acabar con la corrupción. Todo eso reclamó Obama en esta primera intervención desde la caída de Mubarak. Pero el momento histórico de la ocasión -"pocas veces tenemos la oportunidad de vivir la historia en directo, esta es una de ellas", dijo el presidente- exigían que el hombre que pronunció hace año y medio, precisamente en El Cairo, a pocos metros de donde el pueblo exteriorizaba ayer su júbilo democrático, el célebre discurso dirigido al mundo árabe, fuera capaz de interpretar este acontecimiento desde una óptica más ambiciosa.
"Los egipcios han cambiado su país y al hacerlo han cambiado el mundo", afirmó. Comparando su revolución con Gandhi y el derribo del muro de Berlín, Obama dijo que el movimiento conducido por ese pueblo ha constituido una lección de cómo luchar por la justicia, no con bombas, no con el terrorismo, sino con el arma de la razón.
"Cristianos y musulmanes juntos, los egipcios han demostrado que no nos definimos por aquello que nos separa sino por aquello que nos une como parte de la raza humana", manifestó, casi repitiendo sus palabras de 2009. Es seguro que esta revolución no está motivada por aquel discurso, pero es probable también que no habría triunfado si Obama no hubiera intentado ser consecuente con aquellas palabras. La influencia de EE UU sobre el Ejército egipcio, al que instruye y mantiene, es demasiada como para que, al margen de cualquier declaración oficial, no pueda intervenir en sus decisiones más trascendentes. Obama tiene ahora la oportunidad de usar esa influencia de una manera positiva y ayer prometió hacerlo. "Estados Unidos prestará la ayuda que sea necesaria y que se nos solicite para conseguir una verdadera transición a la democracia".
Egipto la va a necesitar. "Este no es el final, este es el principio de esa transición", advirtió Obama. "Días difíciles habrá por delante", recordó. Entre esas dificultades, aparte de las lógicas y gigantescas de montar un sistema democrático sobre las cenizas de una dictadura corrupta y desgastada, está también la de que los intereses norteamericanos no se vean perjudicados como consecuencia de esta aventura.
Los elogios y las bendiciones de ayer pueden convertirse en críticas y castigos si el nuevo Egipto se convierte, activa o pasivamente, en un aliado de los enemigos de Estados Unidos en la región. La paz con Israel, la seguridad del canal de Suez y el freno al extremismo violento son prioridades que la Administración norteamericana va a defender por encima de cualquier otra consideración.
No hay razones por ahora para pensar que el movimiento triunfante en Egipto pueda amenazar esos intereses, pero es evidente que se abre un periodo de incertidumbre en el que el control que hoy tiene el Ejército puede ser quebrantado incluso desde dentro de sus filas.
Estados Unidos parece, de momento, afrontar la situación con optimismo, con la esperanza de que, ahora sí, no en Irak, existe una oportunidad de democracia en el mundo árabe y que la democracia puede dar la estabilidad que no han dado tantas y tan diversas dictaduras a lo largo de los años. Por eso apostó ayer Obama, al pedir que el cambio iniciado sea "irreversible". "Egipto nunca volverá al ser el mismo", aseguró. No hubo una sola palabra de reconocimiento para Mubarak, aparte de recoger el hecho puntual de que "al dimitir, ha respondido al hambre de cambio de su pueblo". En septiembre pasado, Mubarak comparecía en el mismo lugar de la Casa Blanca en el que ayer habló Obama como un sólido aliado. Ayer estaba en el cesto de la basura de la historia.
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El faraón empecinado

Tras 30 años en el poder, el presidente egipcio ha perdido el pulso de la calle
ÁNGELES ESPINOSA 10/02/2011
La plaza de Tahrir ha enviado a Hosni Mubarak el mismo mensaje durante 17 días. La ligera sordera que le afectaba desde hace algunos años no explica el empecinamiento del Faraón. Pero después de casi 30 años al frente de Egipto, este militar que logró honores de héroe en la guerra contra Israel de octubre de 1973 se había acostumbrado a dar por hecho el apoyo de los egipcios y había perdido el pulso de la calle.
El hombre que durante tres décadas ha sido la cara de Egipto nació en 1928 en Kufr el-Musailaha, una aldea del delta del Nilo en la que sus padres eran modestos agricultores. Como todos los presidentes desde el golpe que acabó con la monarquía en 1952, Mubarak llegó a la política a través del Ejército. Se formó como piloto militar en la antigua Unión Soviética. Su desempeño en la guerra de Yom Kippur le valió el nombramiento de jefe de la Fuerza Aérea.
No se le conocía hasta entonces ninguna ambición política. Tal vez por ello, Anuar el Sadat le nombró su vicepresidente en 1975. Seis años más tarde, el asesinato del presidente que se atrevió a firmar la paz con Israel le colocó al frente del país árabe más poblado y el que hasta entonces había sido un faro para el resto. Con un instinto político que pocos podían imaginar, optó por alinearse con EE UU, manteniendo y defendiendo los acuerdos de Camp David, y poco a poco logró sacar a Egipto del aislamiento en que le había sumido su firma.
La mezcla de firmeza interior y flexibilidad exterior (para acomodar las exigencias de su aliado norteamericano) contribuyó a una etapa de estabilidad política y desarrollo económico. Aunque no llegó a la presidencia por las urnas, Mubarak revalidó su cargo en sucesivos plebiscitos. Los egipcios viejos aseguran que inicialmente prometió que no gobernaría más de dos mandatos. Si lo dijo, se le olvidó. Tras los comicios de 1987, 1993 y 1999 hizo un amago de abrir a la competencia la elección presidencial de 2005, pero se quedó en eso, en un amago.
La mayoría de los egipcios -los cerca de 50 millones que tienen menos de 30 años- no han conocido otro presidente. Y lo que es más grave, a sus 82 años (solo el 0,4% de los egipcios tiene esa edad) aún pensaba presentarse a las presidenciales del próximo septiembre. O pasar la vara de mando a su segundo hijo, Gamal, apoyado por una claque de hombres de negocios cercanos al poder. Demasiado incluso para los pacientes egipcios, que durante las dos últimas décadas han visto cómo sus ingresos per cápita se estancaban en 2.155 dólares, lo que descontada la inflación significa que su nivel de vida bajaba, mientras las élites se enriquecían sin límite.

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