Hoy hace diez años Estados Unidos y el mundo se estremecieron, literalmente, con los acontecimientos que transmitía la televisión: las Torres Gemelas, en el corazón económico de Nueva York, y el Pentágono, como poder militar, eran objeto del primer ataque directo en territorio norteamericano a manos de Al Qaeda.
¿Qué tanto cambió el mundo desde entonces y cuáles han sido los efectos para América Latina y Colombia?
George W. Bush declaró entonces una guerra sin cuartel contra el terrorismo dividiendo al mundo entre buenos y malos. Con tal de derrotar a los fundamentalistas utilizó todos los medios a su alcance, atropellando de paso las normas mínimas de convivencia internacional y puso en entredicho libertades fundamentales dentro de su propio país. Dos sangrientas y costosas guerras después, en Afganistán e Irak, el balance militar no es nada halagador para EE.UU. Al meterse en Irak, Bush ignoró olímpicamente a Naciones Unidas al no encontrar el respaldo que esperaba y escudándose en unos argumentos falsos condujo a su país de lleno en un conflicto incierto. Creó una prisión de alta seguridad en Guantánamo, Cuba, que ha sido denunciada por violar las normas de los derechos humanos. De otro lado, autorizó el uso de la tortura contra cientos de prisioneros en cárceles secretas ubicadas en diversos países del mundo. Por último, dejó al país en una situación lamentable en materia económica debida en gran parte al gasto militar desaforado y tras el desastre abrió el camino de regreso de los demócratas a la Casa Blanca.
Lo paradójico es que el mundo no se volvió más seguro en estos últimos diez años. Una vez abierta la caja de Pandora en Afganistán e Irak, los actos terroristas se incrementaron y han sido mayores a los registrados en los 20 años anteriores al 11 de septiembre. Al Qaeda, que opera como una suerte de franquicia del terror, se diversificó por los países árabes y, a pesar de que en EE.UU. se han logrado mayores resultados en materia de seguridad, no sucede lo mismo en otras latitudes. El mayor éxito lo alcanzó un par de meses atrás Obama al dar de baja a Bin Laden en Pakistán y está en camino de lograr una salida digna a su país en Irak y Afganistán, a pesar de que la situación en el interior de esos países sigue sin resolverse.
El esfuerzo militar y económico de Bush en Asia y Oriente Medio alejó a EU.UU. de América Latina, lo que permitió que los países que daban un marcado giro a la izquierda, con diversos matices, hayan desarrollado políticas más autónomas frente al país del Norte, en algunos casos con tintes confrontacionales, como sucede con el Alba. La creación de Unasur, el buen momento económico que le evitó a la región sufrir daños mayores durante la actual crisis y la presencia ascendente de China han dado un giro a las relaciones entre Latinoamérica y Washington, aunque se mantengan los buenos lazos en las relaciones políticas y económicas.
En el caso de Colombia, los efectos han sido directos. La adopción del Plan Colombia durante la administración Pastrana y la identidad entre los presidentes Uribe y Bush llevó a que el país se convirtiera en el principal aliado de Estados Unidos en la región recibiendo amplio apoyo económico y militar en la guerra contra el terrorismo y el narcotráfico que adelantó el anterior gobierno. Sin embargo, los resultados positivos alcanzados en materia de seguridad interna contrastaron ampliamente con el aislamiento internacional y la permanente confrontación que se vivió con la mayoría de los vecinos en los últimos años. La administración Santos, con pragmatismo y amplio conocimiento internacional, ha mantenido la mejor relación posible con Washington aumentando a su vez los márgenes de autonomía y liderazgo regional. Este debería seguir siendo el norte luego de diez años de un acontecimiento lamentable que indudablemente cambió al mundo.
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