31 de mayo, 2010 Alfonso Gumucio-Dagron
Fuente: etcétera
Del mismo modo que los medios masivos contribuyen a perpetuar la cultura hegemónica y el poder que se sustenta en ella, los medios alternativos promueven la diversidad cultural y son la base de la democracia participativa. Los medios masivos responden claramente a dos intereses complementarios e indivisibles: intereses comerciales e intereses políticos. Los intereses comerciales, basados en la noción de lucro y enriquecimiento –el “mercado”– tienen ramificaciones en la cultura y en la sociedad. Los intereses políticos intervienen en las instancias de poder, tanto en la administración del Estado como en el terreno de la ideología que disputa día a día el espacio de la esfera pública. Jesús Galindo observa dos escenarios contrapuestos, la sociedad de información que es dominante, y la sociedad de comunicación que es emergente:
“La sociedad de información tiene una muy baja cultura de comunicación, le interesa más el flujo de datos en ciertas direcciones, que constituir formas sociales de encuentro y diálogo. La razón es simple, una organización con trazos verticales no incluye a los horizontales mas que en un orden secundario y subordinado (…)”.
Frente a ese escenario está la sociedad de comunicación, abierta y “compuesta por ciudadanos libres y participativos, la de individuos críticos y reflexivos. (…)
La democracia es la cualidad central de este tipo social, para su movimiento requiere del diálogo de los iguales, del acuerdo entre los distintos pero tolerantes” para alcanzar formas de gobierno que efectivamente sirven a la ciudadanía de manera horizontal. (Galindo, 1998). Los medios alternativos o alterativos, como los llama Rafael Roncagliolo porque alteran y contestan la verticalidad de los medios hegemónicos, son parte del tercer sector de la información que es el único que garantiza el derecho a la comunicación de los pueblos y de sus culturas. Los medios públicos, el segundo sector, que deberían servir a las necesidades de la población, son con frecuencia utilizados por los gobiernos con fines político-partidarios. En el mejor de los casos, son medios que contribuyen al desarrollo, a la educación y a la cultura, pero desde una perspectiva homogenizadora, que no toma en cuenta la diversidad cultural y lingu%u0308ística, debido a su carácter de medios de amplia cobertura poblacional.
¿Derechos peligrosos?
Se confunde con frecuencia la libertad de expresión con el derecho a la comunicación. La expresión “derecho a la comunicación” es considerada subversiva. Se defiende la libertad de expresión porque es el derecho que tienen los periodistas y los dueños de medios para canalizar sus opiniones sin restricción, pero el derecho de los pueblos a comunicarse por sí mismos, sin tutela y sin intermediarios, se considera un peligro para el poder establecido, para los medios hegemónicos, y a veces para los propios periodistas, que ven en riesgo su espacio laboral, que a veces administran con una mentalidad feudal, defendiendo a los patrones como si la comunicación fuera un bien privado y no de servicio público.
Lo mismo sucede con la diversidad cultural: algunos consideran que es un peligro o por lo menos un freno para el crecimiento económico. En el año 2005, luego de un encarnizado debate internacional, se aprobó finalmente por amplia mayoría en la Unesco la Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales, a pesar de la férrea oposición del gobierno de Bush, que amenazó con retirarse de nuevo de la organización. ¿Qué puede ser tan peligroso en la diversidad cultural de nuestro pequeño planeta?
El debate alrededor de la convención sobre la diversidad cultural recuerda otro debate que la misma Unesco impulsó hace exactamente 30 años, y que motivó la salida de Estados Unidos y de Inglaterra de la organización: el Nuevo Orden Mundial de la Información la Comunicación (NOMIC). Las nuevas generaciones de estudiantes de comunicación o de periodismo, ya no estudian ni conocen siquiera ese importante momento del confrontación ideológica que dividió al mundo entre norte y sur. Por ello es bueno recordar que a fines de los años 70, la Unesco invitó a una comisión de expertos presidida por el Premio Nóbel de la Paz Sean MacBride, para analizar la situación de la comunicación y de la información a nivel mundial. Los latinoamericanos Gabriel García Márquez y Juan Somavía, integraron la comisión internacional de 16 miembros. El “informe MacBride”, publicado con el título “Un solo mundo voces múltiples: comunicación e información en nuestro tiempo”, reveló los desajustes y desequilibrios en los flujos de información y en la concentración de medios en pocas manos, que dejaba a la mayor parte de los países del Tercer Mundo sin voz en el concierto internacional.
En el análisis, el informe aborda la problemática de la comunicación desde una perspectiva histórica, sociológica y política. Sus 82 recomendaciones cubren los aspectos centrales: las políticas de comunicación, el desarrollo de capacidades nacionales, el financiamiento, la independencia y autosuficiencia tecnológica, la gestión del espectro electro-magnético, la integración de la comunicación en el desarrollo, la participación de la ciudadanía, el fortalecimiento de la identidad cultural, la responsabilidad e integridad de los periodistas, los límites a la concentración de medios, la eliminación de la censura, la diversidad de fuentes y temas, y todo ello enmarcado en la democratización de la comunicación desde una perspectiva de derechos humanos.
Las recomendaciones –válidas hoy como ayer– señalan la necesidad de promover la diversidad lingüística en los medios, el desarrollo de los medios comunitarios, la promoción de formas no mercantiles de comunicación, el apoyo a las causas justas de los pueblos que luchan por su libertad, el respeto por las culturas nacionales, entre otras. En términos generales el informe hizo un llamado a los estados para recuperar la comunicación como un bien público, y para establecer las reglas del juego para limitar el poder incontrolable de las grandes empresas mediáticas. Para Estados Unidos eso equivalía a una declaración de guerra, aún más, un manifiesto comunista que se oponía a la “libertad de empresa”. Cuando uno lee el informe y las recomendaciones 30 años después, no puede sino sentir un sabor a derrota. La vigencia del análisis y de las conclusiones es cruel: tres décadas más tarde la situación no es solamente la misma, sino que ha empeorado. Jamás antes hemos visto un control mayor sobre los medios masivos a nivel mundial, y una concentración del poder mediático en tan pocas manos. Las empresas mediáticas han expandido su influencia no solamente sobre conglomerados multimedios y editoriales, sino sobre otros sectores de tecnología y sobre el sistema financiero.
Vivimos un mundo en el que la realidad ha sido institucionalizada por las grandes empresas y legitimada de acuerdo a la óptica de los medios masivos. La realidad institucionalizada se refuerza en la tendencia del ser humano a habituarse, a crear hábitos (de comportamiento y de consumo). Los hábitos se establecen como normas institucionalizadas y se convierten en formas de control social para recrear y reproducir un orden cultural mediatizado. No es ajena la afirmación de que la noticia define, constituye y construye los fenómenos sociales. Los medios masivos –verdaderos latifundios mediáticos– reproducen representaciones sociales que tienden a perpetuar las distorsiones de la cultura dominante, por ejemplo la discriminación de género o el racismo. Son muy pocos los países que se han atrevido a establecer leyes y reglamentos que limiten el poder omnímodo de las transnacionales mediáticas. En América Latina, los intentos de democratizar los medios no han sido exitosos, como hemos visto en México, donde los poderosos consorcios de televisión trataron de imponer la llamada Ley Televisa, que si bien fue suspendida en última instancia por el Poder Judicial, dejó un enorme vacío para que las empresas siguieran fortaleciendo su hegemonía. Las posibilidades de volver a debatir una ley de medios en México son ahora más remotas que nunca, aunque la sociedad civil considera que es una necesidad imperiosa. En Argentina y en Venezuela las leyes que establecen normas para el sector de la información y de la comunicación se han topado con la reacción virulenta de los consorcios mediáticos, lo cual ha llevado a los gobiernos a una confrontación política desgastante. En Brasil ni siquiera se ha intentado tocar el poder de las grandes corporaciones de medios, a pesar del inmenso apoyo popular a una opción política de cambio. En países con economías más pequeñas se han logrado algunos avances. En Ecuador se discute de manera democrática una Ley de Medios que recogerá el sentir de la población, y en Uruguay (como en Argentina) se ha aprobado una ley que dispone que un tercio de las frecuencias analógicas y digitales de radio y televisión será reservado para el sector comunitario y de vocación social. Esto significa que los medios comerciales estarán limitados a un 33% del espectro, mientras que los medios públicos y los medios comunitarios tendrán la oportunidad de crecer hasta cubrir cada uno el 33% del espectro.
Con o sin ley, los medios comunitarios han crecido notablemente en décadas recientes. Desde que las pioneras radios mineras de Bolivia comenzaron a transmitir a fines de la década de los 40, las emisoras comunitarias se han multiplicado por miles, y lo han hecho a pesar de la represión y de la persecución de los gobiernos y de los empresarios de medios comerciales. Brasil es un ejemplo de ello, pues mientras ANTEL organiza operaciones policiales para clausurar radios comunitarias, éstas suman varios miles en el país, y hay más de 8 mil que esperan que se apruebe su licencia. También son miles en Perú, y varios centenares en Ecuador, en Bolivia, Colombia y otros países donde el Estado ha entendido su valor y su contribución para el desarrollo, para la educación y para la cultura de paz. En América Central se las persigue con saña o se las obliga –en Guatemala y en El Salvador–a comprar las licencias en subasta pública, compitiendo con poderosos medios comerciales.
Frente a la incapacidad o timidez de los estados de hacer frente de manera eficiente a la hegemonía de los medios masivos, en los últimos diez años han crecido las propuestas de observatorios de medios, que desde la sociedad civil evalúan el comportamiento de los medios masivos mediante informes sobre aspectos temáticos específicos o generales. Estos analizan, por ejemplo, el comportamiento de los medios en periodos electorales, como lo ha hecho el Observatorio Nacional de Medios en Bolivia (ONADEM); la cobertura sobre la infancia, como lo hace regularmente ANDI en Brasil; el profesionalismo de los periodistas chilenos, como lo hizo el Observatorio de Medios (FUCATEL) en Chile; o las propuestas de una ley de radio y televisión, como lo hace la Veeduría Ciudadana de la Comunicación Social en Perú, que es el observatorio pionero en este estilo de trabajo, fundado por Rosa María Alfaro. El ex director de Le Monde Diplomatique, el periodista franco-español Ignacio Ramonet, sugirió la necesidad de crear un observatorio internacional de medios, un “quinto poder” (Ramonet, 2003) que represente a los ciudadanos, ya que el “cuarto poder” de los medios se encuentra hace muchos años coludido con los intereses políticos y económicos de las clases dominantes y ha perdido toda su independencia y el sentido de ética que debería guiarlo.
Fronteras y suturas de la interacción cultural
Existe un paralelo perfecto entre el debate sobre comunicación (el informe MacBride) y el debate sobre la diversidad cultural (la Convención), y la razón para ello es muy sencilla: no se puede separar la cultura de la comunicación, no existe la una sin la otra. La cultura no existe jamás en un vacío de silencio e incomunicación, la cultura existe porque es comunicación. Las formas y manifestaciones de la cultura tienen como eje de comunicación los lenguajes, ya sea el lenguaje hablado, escrito o el de los símbolos y sonidos. La cultura, en su sentido más amplio, el conjunto de manifestaciones de la sociedad humana, se articula, se vehicula y se prolonga en la comunicación. Es bueno remitirse al origen de la palabra en latín, usada en la Edad Media para referirse al cuidado de los cultivos agrícolas, para entender que la cultura es algo vivo, que evoluciona, que responde a ciclos y depende del medio ambiente, es decir, del contexto. No se puede concebir la identidad cultural sin la comunicación, y así como la diversidad cultural enriquece los intercambios y los diálogos entre sociedades y entre comunidades, la diversidad comunicacional garantiza la supervivencia y el fortalecimiento de las culturas. La diversidad comunicacional que ofrecen los medios alternativos o participativos permite que las culturas entren en diálogo con otras culturas en igualdad de condiciones, sin ser apabulladas por la cultura dominante.
Cada comunidad al comunicar configura una representación, es decir un sentido colectivo para la comprensión de los valores, las normas, las conductas, las tradiciones, los rituales y los hábitos que la hacen una cultura particular y distinta, inconfundible para sus propios miembros y para otras culturas. “La cultura posee dos dimensiones dialécticas: la dimensión de la tradición, de lo que está y nos identifica, y la dimensión de la innovación, de lo que se construye en el quehacer cotidiano” a través del proceso de interacción cultural (Pech, Rizo & Romeu, 2008). El punto de partida es que una cultura no puede evolucionar si no es en contacto con otras. Es importante destacar los términos del intercambio y el equilibrio necesario para que las culturas se alimenten entre sí sin ser avasalladas (Gumucio, 1987). Entre las culturas que entran en diálogo se produce un proceso de negociación, que no es simétrico ni equitativo, donde se establecen los términos del intercambio, es decir, de interacción. Para que esa interacción sea horizontal, de igual a igual, es importante que las culturas dispongan de una voz propia, de procesos de comunicación que son suficientemente sólidos como para ocupar un espacio en la esfera pública. Una cultura fortalecida por la comunicación, es decir una cultura comunicada y comunicante, participativa y democrática, está en condiciones de sostener una mejor negociación con otras culturas, de manera que el intercambio sea equilibrado y el diálogo favorezca a ambas. La comunicación es siempre un proceso intercultural, y la interculturalidad no existe si no es en el proceso de comunicación. Las culturas se organizan en espacios simbólicos y prácticos que delimitan fronteras, pero no son fronteras físicas como las de los países, sino fronteras de imaginarios y representaciones, que fluctúan, avanzan y retroceden en su contacto con otras culturas.
Medios alternativos
En los límites de esas fronteras se producen las negociaciones, los conflictos y los intercambios, es decir, la interacción cultural. Y como resultado de esa interacción cultural en las fronteras culturales, quedan suturas o a veces cicatrices, que son absorbidas por el tejido cultural. “La clave de la comunicación intercultural es, por lo tanto, la interacción con lo diferente, entendiéndose por ello todo aquello que objetiva o, sobre todo, subjetivamente, se percibe como distinto, sea cual sea el motivo de distinción (raza, género, clase social, preferencia sexual, etc.)”, nos recuerda Marta Rizo y sugiere que la investigación en comunicación “ha privilegiado la comprensión de la comunicación como transmisión, es decir, se ha estudiado a la comunicación sobre todo en su dimensión mediática, en detrimento de otras formas de comprenderla” (Rizo, 2009). Las posiciones culturalistas de la antropología conservadora, que pretende preservar de manera intacta e incontaminada una cultura, son peligrosas porque corren el riesgo de aniquilar esa cultura mediante un proceso de congelamiento de sus formas de expresión cuyo resultado final es lo que llamamos folklore. Es decir, una cultura encerrada en un fanal de vidrio para preservarla de la contaminación de otras culturas, deja de ser una cultura viva y perece por falta de oxígeno. Una cultura viva está permanentemente expuesta a la interacción con otras culturas, y en esa negociación siempre hay ganancias y pérdidas, pero sobre todo mantenimiento y crecimiento. Se me ocurren dos ejemplos de uso del video participativo para ilustrar este aspecto que subraya la importancia de la comunicación en la cultura, por una parte la experiencia de un grupo de mujeres en Pastapur, en la India, y por otra la de los indígenas kayapó aquí en Brasil (Gumucio, 2001). De ninguna manera se trata de agrandar estos ejemplos, sino citarlos simplemente como parte de un tejido más amplio y diverso.
En el primer caso se trata de mujeres que sufren cuatro formas de discriminación y marginalidad: una, por pertenecer a la casta Dalit (antes llamados “intocables”, la más baja en la escala de castas en la India); dos, por ser analfabetas; tres, por ser mujeres, y finalmente, cuatro, por ser pobres. Estas mujeres tuvieron la oportunidad –diez años antes– de acceder a capacitación para operar cámaras de video, y desde entonces han estado documentando su realidad social. Tres aspectos me interesaron en esta experiencia cuando fui a filmarlas en el Estado de Andra Pradesh, uno de los más pobres de la India. Por una parte la utilización de los instrumentos (en este caso el video y una emisora de radio comunitaria) para revelar una realidad ausente e ignorada por los medios masivos; por otra el rescate y fortalecimiento de rasgos culturales propios (por ejemplo el uso de la medicina tradicional que corre el riesgo de perderse), y finalmente el efecto de apropiación del proceso de comunicación que llevó a estas mujeres a establecer nuevas relaciones en su comunidad. Antes las discriminaban por su condición de mujeres Dalit, pobres y analfabetas, pero el ejercicio de la comunicación les otorgó una nueva ciudadanía basada en el respeto de su comunidad. Hay un paralelo de esta experiencia con la de los indígenas kayapó en Brasil, que se inició también cuando cineastas o antropólogos como Mónica Frota y Terence Turner introdujeron cámaras de video. La propuesta inicial, destinada a producir imágenes de las actividades sociales y culturales de los indígenas, fue sobrepasada con el tiempo por la propia dinámica que generó la apropiación del proceso de comunicación. En una primera etapa, los indígenas no solamente rescataron aspectos de sus expresiones culturales, sino que recuperaron algunas tradiciones que ya habían perdido y las actualizaron como una manera de reafirmar su identidad. Este proceso se dio paralelamente a un proceso político que los kayapó desarrollaron para defender su territorio frente al avance de la frontera agrícola y de los proyectos desarrollistas del Estado brasileño, y para dar a conocer con éxito sus reivindicaciones a nivel nacional e internacional. El trabajo que realiza el cineasta y antropólogo Vincent Carelli en Brasil, inicialmente con el proyecto Video nas Aldeias y luego desde el Centro de Trabalho Indigenista (CTI), va en ese mismo sentido de fortalecer procesos de comunicación comunitarios. En Colombia, la organización indígena “Tejido de Comunicación” ha hecho posible que las voces de las comunidades indígenas tengan presencia a nivel nacional e internacional, fortaleciendo de esa manera su capacidad de negociación en lo político y en lo cultural. Estos ejemplos no son sino botones de muestra de lo que está sucediendo en todo el mundo en términos de reafirmación de las identidades culturales a través de la apropiación de los procesos de comunicación. Es importante reiterar lo que significa la “apropiación del proceso de comunicación”. No se trata en absoluto de la capacidad de manejar los instrumentos –la cámara de video, por ejemplo– sino de administrar de manera autónoma el proceso de toma de decisiones. Más allá de una visión puramente instrumental, de lo que se trata es de crecer colectivamente a través del diálogo que se establece entre cultura y comunicación.
La palabra comunicación evoca significados diferentes. Debido a la influencia anglófona muchos la asocian a los medios masivos mientras que las prácticas concretas en el ámbito del desarrollo y de la cultura reivindican la palabra con un sentido de participación y democracia. Los medios masivos –mal llamados medios de comunicación– continúan jugando un papel importante en niveles políticos donde se toman las decisiones que afectan a la mayoría de la población y donde la visibilidad de las instituciones es el objetivo primordial. Mientras tanto los medios ciudadanos, comunitarios o alternativos construyen espacios de reflexión y de poder popular que en situaciones de crisis emergen con fuerza colectiva y en situaciones de paz social contribuyen a reafirmar la identidad y la cultura de las comunidades.
Los malentendidos sobre la comunicación van desde su confusión con la información y su asimilación a los medios masivos, hasta la homologación de periodistas y comunicadores, la falta de distinción entre el “acceso” y “apropiación” del proceso comunicacional. Preocupa la distancia que existe entre el discurso teórico de la comunicación y las prácticas, es decir, entre la academia y la realidad social. Con frecuencia, lo que se escribe sobre y desde la práctica no va más allá de lo descriptivo, mientras que la teoría se sigue elaborando con base en relecturas de textos, sin asidero real en los cambios que ocurren en el terreno concreto de la experiencia.
Son muchas las experiencias, tanto de comunicación participativa como de medios independientes, que conciben la comunicación como un diálogo que integra individuos y comunidades, a través de muchas formas e instrumentos, y que tiene por objetivo el cambio social. Todas las experiencias son particulares, tienen una identidad propia y distinta. Por ello fracasan los modelos ambiciosos que pretenden llevarlas “a gran escala” sin entender que son exitosas porque están dimensionadas adecuadamente y no son repetibles porque las caracteriza su anclaje cultural en la diversidad.
En toda disciplina de estudio pero sobre todo en comunicación, es imprescindible utilizar adecuadamente las palabras con las que nos referimos a la comunicación y a la información. Lamentablemente, en los propios centros académicos donde se forman nuevas generaciones de comunicadores, y en los propios ámbitos donde trabajan cuando ingresan al mercado laboral profesional, el mal uso de los términos provoca confusiones. Los malentendidos empezaron hace más de 25 años cuando se tuvo la pésima idea de cambiar el nombre de las escuelas de periodismo a facultades de “comunicación social”, cuando en realidad muy poco cambió en los contenidos: esas facultades siguen promoviendo un perfil de periodista o “informador” dirigido a los medios (prensa, radio, televisión, cine), algunas forman teóricos de la comunicación, y muy pocas forman comunicadores.
No se trata de etiquetas solamente, sino de contenidos. Los periodistas trabajan en el campo de la información y los comunicadores en el campo de la comunicación. Desde luego, no es lo mismo comunicación que información, ambos campos son distintos, pero ni siquiera los profesores de periodismo son capaces de manejar con propiedad las diferencias. La etimología griega de la palabra comunicación la asocia a conceptos muy diferentes a los de la palabra información. La comunicación (comunio, comunicatio )es el acto de compartir y de participar, tiene por objeto “poner en común” y “crear comunidad”, lo cual implica diálogo y horizontalidad; mientras que el periodismo es vertical y en un sólo sentido, porque informa, es decir, pretende “dar forma” (dictaminar) a lo “informe” (lo que no tiene forma determinada). La comunicación es intercambio y diálogo en múltiples sentidos, mientras que en la información hay un polo vertical generador de contenidos. Acudir a un diccionario etimológico ayuda a empezar a distinguir entre información y comunicación.
Los intereses comerciales –antes que los académicos– definen el rumbo de las universidades privadas y a veces también las públicas. Hay más de 2 mil facultades de periodismo en el mundo, que reproducen cada año una legión de profesionales para la radio, para la televisión, para la prensa escrita, para las agencias de publicidad y de relaciones públicas. El perfil práctico de esos estudios no corresponde a la misión de las universidades, sino de las escuelas técnicas. La misión de las universidades es ante todo la creación de conocimiento a través de la investigación y la reflexión, no solamente la reproducción de las mismas enseñanzas.
En contraste, en el mundo no hay más de 30 universidades que cuentan con una especialización en la comunicación concebida como proceso de diálogo, necesaria para el desarrollo y el cambio social. En países donde los medios masivos ya están saturados, los periodistas novatos encuentran trabajo como relacionadores públicos en empresas o instituciones gubernamentales, para elaborar boletines institucionales o convocar a conferencias de prensa. Sin embargo, faltan muchos comunicadores en los programas de desarrollo social, así como faltan pensadores y estrategas de la comunicación para el diseño de políticas nacionales.
Un comunicador es un profesional formado con pensamiento estratégico, capaz de planificar acciones de comunicación de mediano y largo plazo. El comunicador entiende la comunicación como un proceso, no como una suma de mensajes en los medios masivos. Tiene un perfil que le permite ser facilitador de procesos de comunicación participativa para el cambio social, en los cuales la interculturalidad es un eje esencial.
Medios interculturales
Los medios llamados comunitarios, alternativos, alterativos, participativos, ciudadanos, horizontales, populares y muchas otras denominaciones, cumplen una función fundamental en el fortalecimiento de la identidad y de la diversidad cultural. No me interesa debatir el contenido semántico de cada término en pos de una definición exacta. Las definiciones abundan, todas diferentes y todas parecidas, pero lo que me parece más importante es caracterizar a los medios del “tercer sector”.
Sus objetivos suelen ser específicos y variados, desde ofrecer información para responder a las necesidades de los miembros de la comunidad, hasta abrir espacios de participación, para fortalecer las voces de los sectores más débiles. En otras palabras, la programación y la generación de contenidos locales propios son el reflejo de la plataforma comunicacional. El tema de la propiedad y del control del medio es crucial, pero más lo es la apropiación del proceso comunicativo, y no solamente en relación a la propiedad física de los equipos o propiedad legal de la frecuencia. Si bienla propiedad de la infraestructura puede ser determinante, no basta para calificar a un medio de participación ciudadana como comunitario. Otro aspecto fundamental es la pertinencia lingu%u0308ística y cultural, es decir la manera como un medio comunitario representa la identidad local, y lo hace alentando la participación en la toma de decisiones. El grado de profesionalismo de quienes asumen las responsabilidades en un medio ciudadano no es un tema determinante.
Con frecuencia, debido a la carencia de recursos humanos y económicos, la responsabilidad recae en voluntarios que improvisan. Sin embargo, estos mismos voluntarios, inexpertos e improvisados cuando comienzan, pueden llegar a convertirse a través del tiempo en hábiles comunicadores y en profesionales de la información como sucedió en las radios mineras de Bolivia. Las formas de financiamiento no definen necesariamente la calidad alternativa o comunitaria de un medio ciudadano. La historia muestra que muchas experiencias de comunicación popular o participativa se iniciaron con insumos externos, a veces de ONGs o de iglesias progresistas y a veces de gobiernos o de organismos internacionales, pero evolucionaron en diferentes direcciones de acuerdo al grado de participación democrática, antes que determinadas por las fuentes de financiamiento. Sin embargo, es innegable que un financiamiento directo y sostenido puede distorsionar la vocación de servicio comunitario de un medio.
Tampoco el tamaño de un medio comunitario lo define como tal. Muchos países ponen límites a la potencia de los transmisores o al área de cobertura, pero ello no determina el modo de relacionamiento del medio con su comunidad. Lo determinante es la estructura organizativa, la plataforma comunicacional, los objetivos de cambio social.
La diversidad cultural, es decir, la multiplicidad interactiva de expresiones de las culturas a través de los medios comunitarios, son el rasgo principal y también la mejor garantía de sostenibilidad del proceso comunicacional alternativo.
La diversidad cultural y la interculturalidad, es decir las condiciones de interacción entre culturas, no se puede disociar de los procesos de comunicación democráticos y participativos. Es por ello importante una política social que fortalezca a los medios públicos y comunitarios, y establezca una legislación y reglamentación adecuadas para el uso del espectro radioeléctrico como bien público, y para normar la responsabilidad social de los medios –privados y públicos– como instituciones de servicio a la sociedad. En ese contexto, el papel de la academia es ofrecer plataformas regionales de investigación, pesquisa, y de debate sobre las leyes de medios, para que esos debates no estén confinados a las fronteras nacionales. La integración es fundamental si se quiere avanzar en la región. La investigación tiene que construir sobre la complementariedad y la integración. Es imprescindible articular ejes temáticos regionales para reconstruir las relaciones del mundo académico con los procesos sociales y con las demandas de la ciudadanía de nuestros países. La academia no puede mantenerse al margen de los debates nacionales y regionales sobre políticas de comunicación.
Referencias
Galindo Cáceres, Jesús. Coordinador. (1998) Técnicas de investigación en sociedad, cultura y comunicación. México DF: Addison, Wesley, Longman. Gumucio Dagron, Alfonso (1987) “Interaction Culturelle et Communication Populaire” en Revue Tiers Monde XXVIII, Nº 111, Juillet-Septembre 1987. Paris: Institut d’Étude du Développement Économique et Social. Gumucio Dagron, Alfonso (2001) Haciendo Olas: Comunicación Participativa para el Cambio Social. New York: The Rockefeller Foundation. Muro, Ignacio (2009). “Una derecha mediática en plena forma”, en El País (España), 23 de diciembre 2009. Pech, Cynthia, Marta Rizo y Vivian Romeu (2008). Manual de comunicación intercultural. México DF: Universidad Autónoma de la Ciudad de México (UACM). Ramonet, Ignacio (2003). “El quinto poder” [en línea] Le Monde Diplomatique (edición chilena), octubre 2003. http://www.lemondediplomatique.cl/El-quinto-poder.html [consulta 27 marzo 2010] Rizo, Marta (2009). “Intersubjetividad y comunicación intercultural. Reflexiones desde la sociología fenomenológica como fuente científica histórica de la comunicología”. Perspectivas de la comunicación, Vol. 2, nº 2, 2009. Temuco, Chile: Universidad de la Frontera. Unesco (2005) Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones culturales. Paris: Unesco Unesco (1980) Un solo mundo voces múltiples: comunicación e información en nuestro tiempo. México D.F.: Fondo de Cultura Económica.
esta interesante la informacion pero es copiada de otro sitio ok...http://www.etcetera.com.mx/articulo.php?articulo=4028 aqui esta!!
ResponderEliminarOK. si del site que la tomé a su vez la tomó de otra parte no es mi problema...yo pongo los créditos, en ningún momento me apropio de lo ajeno, para que lo entiendas bien no acostumbro a plagiar...lo que pongo aquí de mi autoría así lo hago saber con mucha humildad.
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