AFP
Gina Montaner
Miami
Actualizado jueves 18/11/2010 07:32 Cuando un devastador terremoto sacudió a Haití en enero hubo quien pronosticó que empezar desde cero facilitaría la reconstrucción del país. Ahora, meses después y con un brote de cólera que ya se ha cobrado mil vidas, es evidente que dicho análisis era ingenuo y ajeno a la historia de esta desdichada tierra.
Poco duró la euforia de los esclavos tras los años de lucha por obtener la independencia del imperio francés. A principios del XIX, en la gesta que los llevó desde los barracones a dirigir su propio destino, precisamente fue una epidemia de cólera lo que diezmó a las tropas galas e inglesas que intentaron en vano sofocar la rebelión de un pueblo que consiguió ser la primera república independiente de Latinoamérica.
Paradójicamente, en aquella época muchos esclavos vencieron las infecciones que hoy en día están debilitando a los haitianos en los nuevos barracones del siglo XXI: un mar de tiendas de campañas que cobijan a más de un millón de personas que se han quedado sin hogar.
Mujeres haitianas esperan alimentos.
AFP
En Haití nunca ha habido ocasión de hacer borrón y cuenta nueva porque de los 'chamizos' en las plantaciones se pasó a la 'chabolización' de una sociedad que, a partir de una soberanía forjada a sangre y fuego, sólo ha conocido la prolongación de autocracias corruptas. La mayoría de los haitianos actualmente sobrevive con una media de dos dólares al día y se espera que la economía se reduzca en un 9% este año.
Volvamos a las tesis naïf. Después de la catástrofe del seísmo las naciones ricas proporcionaron al Gobierno de René Préval una inyección de ayudas millonarias para la reconstrucción de viviendas, hospitales, escuelas y carreteras que conformaban la precaria infraestructura del país. Además, unas 10.000 ONG ya estaban operando en el territorio.
Entonces, lo previsible era que estos mecanismos de auxilio contendrían la crisis sanitaria. Pero en el caso de Haití las buenas intenciones simplemente no son suficientes para generar una dinámica que propicie el salto definitivo de la memoria de los cobertizos a la modernidad.
En sus viajes a Haití en calidad de enviado especial de las Naciones Unidas, el ex presidente Bill Clinton ha advertido a las entidades internacionales del peligro de perpetuar una relación caritativa que alimenta la dependencia, pero no fomenta resultados tangibles.
Lo cierto es que aumentan las críticas de quienes señalan que muchas de las instalaciones que montan las organizaciones humanitarias acaban en el abandono por falta de mantenimiento una vez que concluyen las misiones. A Puerto Príncipe han llegado cantidades ingentes de donativos, pero no hay las condiciones necesarias para canalizarlos.
Sobre los restos de barriadas se continúan levantando casuchas endebles y son tantos los cargamentos de alimentos y ropa que llegan, que éstos terminan por competir con los productos que los comerciantes intentan vender en los mercados.
A dos semanas de unos comicios presidenciales y legislativos que resultan surrealistas en medio del caos por la supervivencia, Préval ha insistido en la importancia de lavarse las manos y evitar la contaminación, cuando en los hacinados albergues no hay jabón, ni agua potable o alcantarillados. Entretanto, la cifra de muertos asciende y el cólera amenaza con extenderse a República Dominicana.
Doscientos años después de su emancipación, los haitianos no han logrado construir una nación viable y sus deforestadas montañas ya no son refugio de cimarrones en busca de horizontes.
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