Por: Margarita Cordero
Ni siquiera la exitosa lucha contra la instalación de una cementera en el área de influencia del Parque Nacional Los Haitises caló tan hondo en el alma y la conciencia dominicas como esta efervescente demanda de que el gobierno de Leonel Fernández respete su propia legalidad y cumpla las leyes y la Constitución, como lo jurara con la mano en alto el 16 de agosto de 2008.
Surgida del firme y comprobado compromiso con un país más digno de un grupo de organizaciones sociales, la lucha por el 4 por ciento del producto interno bruto para la educación es hoy un movimiento de amplitud nacional. La última encuesta Hoy-Gallup ofrece una pista de su alcance: el 91 por ciento de la población respalda el reclamo levantado por la Coalición Educación Digna.
Al principio fueron unos pocos parados con sus sombrillas amarillas frente a las sedes donde se cuecen los destinos de la nación: los días de sesión, frente al Congreso; los lunes, frente al Ministerio de Hacienda y los viernes, dando vuelta en círculos frente a las verjas del Palacio Nacional, desde donde gobierna un hombre voluntariosamente ajeno a los anhelos de sus mandantes.
Pero esa sombrilla amarilla se fue multiplicando, y con ella se cubrieron no solo los sectores populares y sus organizaciones representativas, sino también los cupulares y las clases medias. El lento caminar en círculo bajo los ojos vigilantes de agresivos policías, se convirtió en una gran y resonante marcha del país entero en demanda de que sus gobernantes lo oigan y lo respeten.
Y cuando la marea de sombrillas se hizo indetenible, aparecieron los políticos. Los mismos que no dijeron nada cuando a Mario Serrano los policías lo tiraron al suelo en un inútil intento de arrebatarle su sombrilla amarilla, símbolo entrañable de su vocación de justicia. Los que no dijeron nada cuando otros, junto a Serrano, fueron agredidos físicamente y se les violaron derechos fundamentales. Los mismos que no prestaron atención a esos marginales –dignos de pena por ilusos— hasta que demostraron que el pueblo, cuando se empodera, es imbatible.
Ahora estos políticos visten corbatas, camisas y distintivos amarillos. Levantan banderas amarillas, cubren sus cabezas con las gorras amarillas del movimiento. Inscriben en cartelones gigantescos 4%. Descubren que la educación es importante y construyen un discurso vicario que fagocita las ideas ajenas, las cifras ajenas, los argumentos ajenos.
Y tratan de capitalizar un movimiento que tiene sus propios ojos y su propio entendimiento de las cosas. En este intento, llegan a la impudicia, al más rastrero exhibicionismo, a la más soez de las manipulaciones. En su gula oportunista convocan a la prensa para que vea que ellos son requeridos porque son importantes, decisorios. Actúan como elefantes en una cristalería: quieren demostrar que están donde ahora están por propia voluntad. Mentira. Nunca les pasó por la cabeza hacerse eco del reclamo hasta que la realidad les dio una sonora bofetada. El histrionismo no les basta, sin embargo, para ocultar su realidad monda y lironda: nunca hubieran levantado su voz si, como sucede con los inevitbles detritus, nos los arrastra la marea.
Publicado por Margarita en 23:25 4
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