viernes, 26 de febrero de 2010

LAS HISTORIAS SE ENFRENTARON DE NUEVO A PROPÓSITO DE UN LIBRO...



SANTO DOMINGO (R. Dominicana).- La deuda no saldada del trujillismo con la sociedad dominicana cobró cuerpo en la noche de este jueves en el Hotel Santo Domingo, en uno de cuyo salones se pretendió poner en circulación el libro "Trujillo, mi padre", de Angelita Trujillo, la hija menor del hombre que gobernó al país usando el terror como arma disuasiva de la oposición a sus designios.

Quizá en el hotel miamense se congregara la que durante la “Era”, y todavía ahora, sigue siendo parte cremosa de la “sociedad” dominicana. Pero en el Hotel Santo Domingo, escenario escogido por la Universidad del Caribe, promotora del libro, los asistentes eran pocos y sin la suficiente relevancia social como para ser reconocidos con tan solo mirarlos. Algunas de las mujeres asistentes, muy pocas, vistieron trajes largos, abotonados hasta media pierna, a la usanza de tiempos ya idos. Casi sin excepción, hombres y mujeres tenían arrugas que delataban parte de su biografía.

La UNICARIBE había dado antes del acto la impresión de que todo estaba bajo control más o menos trujilista. Cursó invitaciones que debían, en principio, ser avaladas por el santo y seña personal del portador o portadora. No quería inconvenientes, ni que aquellos a quienes pudiera irritar el libro, crearan “disturbios” en el desarrollo del acto que sería celebrado, de manera simultánea, en Santo Domingo y Miami.

Patricia Solano, la primera, logró burlar el cerco que se suponía a cargo de una decena de hermosas jóvenes miembros, posiblemente, del protocolo de UNICARIBE. En medio de un murmullo prolongado, su voz se alzó repitiendo los nombres de Patria, Minerva y María Teresa Mirabal en el tono del musicalizado poema “Amén de Mariposas”. Levantado por sus brazos, un afiche que reproduce las imágines de las heroínas de Salcedo.

Y el canto de Patricia, hija primogénita de Picky Lora, fue el detonante de las pasiones de una noche hecha para ellas. Carmen Imbert, hija de Segundo, a quien el libro de Angelita acusa de haber asesinado a las Mirabal, pidió a gritos a Fernando Infante, redactor del texto, junto a Víctor Grimaldi, según se dice, que diera inicio al acto.
En el salón, varias pantallas reproducirían el que se celebró en Miami con la presencia de la hija del dictador, quien a su predicación evangélica en cada esquina miamense, agrega ahora la de “autora” de un libro en el cual, como lo pretendió su sobrina Aída el año pasado, busca hacer deglutible la imagen histórica y personal de su padre, el sanguinario dictador.

A la canción de Patricia Solano y la conminación de Carmen Imbert, siguió la entrada al Salón Caonabo la entrada tumultuosa de las decenas de familiares de víctimas de la dictadura y sus descendientes, portando improvisados cartelones con inscripciones de rechazo no solo al acto, sino a los acontecimientos que tejieron el desolador tamiz de aquellas tres décadas.

Los himnos nacional y del Catorce de Junio, esos que hablan de gestas libertarias conseguidas o frustradas, fueron entonadas por unos opositores al acto que en todo momento fueron más numerosos que los convocados por el libro.

Y la puesta en circulación no pudo tener lugar. Entre consignas y declaraciones antitrujillistas, que acallan las discretas protestas de los respondientes a la convocatoria de UNICARIBE y Angelita Trujillo, el tiempo fue pasando sin mayores sobresaltos que los propios de una oposición militante a que la hija de Trujillo distorsione la historia.

Hasta que surgió, de pronto, la voz de Felicia o Rebeca Herrera, una joven mujer para quien Juan Pablo Duarte, el artífice de la independencia, no puede llevarle los zapatos al dictador Trujillo, lo más grande, para ella, que ha parido el país en toda su historia.

Vociferando improperios contra los manifestantes y laudos a Trujillo, Herrera salió del salón en medio de un tumulto agrandado por las cámaras de televisión.

Poco a poco, fueron saliendo los otros, más discretos, y en el salón quedaron los familiares de los protagonistas de la caída de la dictadura, todavía enervados.

Se dice que en otros espacios del Hotel Santo Domingo se reunieron, ya muy mermados, los frustrados asistentes a la puesta en circulación de un libro que, según quienes lo han leído y las reseñas publicadas por la prensa local, tiene mucho de libeloso.

Mientras, con una rapidez digna de encomio, la seguridad de UNICARIBE se llevó los libros en un vehiculo, quizá temerosa de que fueran quemados.


Margarita Cordero

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