lunes, 18 de enero de 2010

YA NO SALEN MAS QUE CADÁVERES....

Una joven herida, fuera del Hospital General de Puerto Príncipe. Ap Naciones Unidas

Los bomberos españoles se plantean regresar: 'Ya no queda mucho por hacer'
La población sale a flote como puede mientras aumenta el riesgo de epidemias

Jorge Barreno (Enviado especial) Puerto Píncipe
Actualizado lunes 18/01/2010 08:17 horas

Ante la escasa distribución de ayuda humanitaria los haitianos llevan días saliendo como pueden del atolladero. Organizan sus campamentos, en cualquier espacio público. Viven en las calles. Con sus colchones, con sus fuegos para calentar y con sus vecinos.

Los equipos de rescate improvisados, ataviados con palas y trozos de metal, ascienden a lo alto de las ruinas y desentierran a sus muertos poquito a poco. Si tienen la ocasión, los meten en un ataúd también improvisado, sino, queman sus cuerpos en la fosa común más cercana, lugares que existen pero a los que extrañamente nadie sabe llegar.

Alrededor de la antigua catedral, de la que queda solamente la estructura, miles de personas comienzan a reconstruir el barrio poquito a poco. "Ven, ven, ven, dice Ronald. Estamos rescatando a la madre de Susane". En lo alto de una pila de escombros, Ronald y sus amigos sacan cadáveres de las entrañas de una casa. Allí vivía la madre de Susane. Le han preparado un ataúd con cuatro tablas y se la llevan Dios sabe dónde.

Se las ingenian como pueden. Los plásticos de los coches les sirven para tomar la sombra. Los alimentos van llegando a la calle y se ven frutas, verduras y hortalizas. El plato que está de moda son las salchichas Frankfurt. Se ve a alguno tirando un perro con una cadena. ¿Un perro encadenado en Haití? Al puchero. A su vez los perros comen lo que pueden, cualquier cosa con la que sobrevivir.

Mientra tanto, cunde la desesperanza. Un bombero de la Comunidad de Madrid asegura ante la catástrofe: "Nosotros nos vamos de aquí, no queda mucho por hacer. Ya no salen más que cadáveres. Hoy hemos visto una imagen muy fuerte. Un perro le estaba pegando mordiscos a un cadáver. Nos vamos".

El hospital de Médicos sin Fronteras
A unos kilómetros de la catedral, se encuentra uno de los cuatro hospitales que Médicos sin Fronteras tenían en Puerto Príncipe. Paul Mc Mastir, el encargado del hospital, comenta que: "No sabemos nada de los cooperantes belgas que trabajaban en este hospital antes del terremoto. La situación está bastante mal, el material está en el aeropuerto".
El hospital son cuatro paredes sin techo en las que los haitianos se niegan a entrar. "La población está traumatizada por el terremoto. Cuando disminuyan los casos por traumatismo tenemos que empezar a traer psicólogos", manifiesta Anja Wonz, una alemana encargada de la coordinación de emergencia.

Los pacientes se apilan dentro y fuera del hospital. En el mismo sitio, en la calle. Esperan pacientes a que los bondadosos belgas les echen una mano. No dan abasto. El hospital le pone los pelos de punta a cualquiera. Amputaciones, cirugía, partos, cura de quemaduras, todo se hace a la intemperie. Le están tratando de curar una quemadura. Menos mal que se trata de la estación seca y en cinco días no ha llovido absolutamente nada. Un niño pequeño, de unos cinco años, llora desconsolado y llama a su mamá.

"Agua, por favor, agua".

La frase más repetida además de la de "ayuda". Mientras pronuncian las letras para referirse al líquido elemento, tres en francés, los haitianos hacen un gestito con la mano como si tuvieran una botella y bebieran de ella. El mismo en el resto del mundo. Pedir agua se ha convertido en Puerto Príncipe en algo tan natural como pedir la hora. El que tiene aunque sea unas gotas, comparte. También es algo común en esta bellísima ciudad por los suelos. Dar para sobrevivir. Recibir porque se da.
Peligro de epidemia de cólera
Las condiciones sanitarias dejan mucho que desear en Puerto Príncipe, como es lógico. La basura se concentra en la calle sin que nadie la recoja. Se ha optado por quemarla. El agua corriente es un mito. La electricidad sin generador, otro mito. Los animales, cabras, cerdos, vacas, se alimentan de basura, son herbívoros. Los ciudadanos se dan duchas con el agua que sale de las cañerías rotas.

"Estamos esperando una epidemia de cólera. No tienen letrinas, ni agua, ni de nada", comenta Anja. Ellos tampoco. Le pregunto por un baño y se ruboriza. "No hay, dice". Comer y beber agua de la calle es peligroso. Pero hay otro tipo de epidemia igual de peligrosa o incluso más, la de la violencia producida por los traumas.

"Es urgente traer psicólogos. Estas personas han padecido traumas muy fuertes a lo largo de su vida. Para ellos es algo normal, pero desencadena episodios de violencia sexual y agresividad espontánea. La vida en Haití vale poco", reconoce la coordinadora de emergencias.

"Normalmente lo primero que se hace en un campo de refugiados es vacunar a los niños de sarampión. Aquí, ni nos lo planteamos", añade. Hepatitis B, cólera, sarampión, los clásicos paludismo, dengue y malaria de los que recomiendan tomar medidas antes de aterrizar en Haití. Ojalá que ninguna enfermedad ataque a este pueblo que, a pesar de las adversidades, no es posible que sean mayores, vive el día a día y se está levantando de la destrucción y la pobreza más absoluta.

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